Ellos ayudan a que los Hamptons seanlos Hamptons, y ahora viven con miedo.
- Dionne Searcey and Ana Ley
- 23 feb
- 9 Min. de lectura
Los migrantes latinos cuidan algunas de las mansiones junto a la playa más lujosas de Estados Unidos. Su desaparición afectaría también a los ricos.
Los vestidos de fiesta deben plancharse dos veces, los setos podarse en rectángulos
angulosos. Los dispensadores de jabón de manos y loción deben estar formados en pulcras
líneas a lo largo de los lavabos de los baños. Los camareros deben desaparecer de la vista
en cuanto las ostras y los cócteles estén servidos.
Los residentes ricos de los Hamptons exigen la perfección. Ahora, muchas de las personas
que la hacen posible —migrantes latinos, algunos de ellos indocumentados— sienten pánico ante las órdenes de deportación del presidente Donald Trump.
El miedo se manifiesta en el exterior de una tienda de comestibles, desde donde los
jornaleros corren hacia un campo cercano cuando se acerca un desconocido. Está presente
en las nerviosas disculpas de una empleada de hogar de toda la vida cuando interactúa con
la policía tras un pequeño aprieto automovilístico. Y recorre un pequeño campamento en el
bosque donde un paisajista espera a que haga más calor para poder volver a cortar pastos y
enviar dinero a su familia en México.
“Todo el mundo vive con miedo”, dijo Sandra Melendez, miembro del consejo de regentes del pueblo de East Hampton y abogada especializada en inmigración. “Creen que Inmigración viene por ellos”.

“Todo el mundo vive con miedo”, dijo Sandra Melendez, la primera latina que ocupa el cargo de regenta del pueblo de East Hampton.
En las últimas semanas, el presidente Trump ha empezado a llevar a cabo su plan de
deportaciones masivas en todo el país, en el que agentes del Servicio de Inmigración y
Control de Aduanas (ICE por su sigla en inglés) han obligado a migrantes indocumentados
a regresar a sus países de origen.
Kristi Noem, secretaria de Seguridad Nacional, y agentes federales llegaron a la ciudad de
Nueva York el mes pasado en una demostración de fuerza que tuvo como resultado más de
tres decenas de detenciones. Aunque no está claro si las detenciones se están ejecutando en Nueva York en masa, las acciones han aterrorizado a quienes trabajan en fábricas, granjas
y escuelas.
En los Hamptons, con sus kilómetros de setos privados y casas de lujo, los migrantes
latinos constituyen el grueso de la mano de obra, que trabaja 12 horas diarias volteando
colchones, fregando retretes y colocando paneles de yeso, y en el verano cuidando viñedos
y montando muebles de jardín bajo el sol abrasador.
Algunos de los trabajadores llegaron ilegalmente, cruzando la frontera estadounidense tras
agotadoras caminatas por el desierto o la selva. Algunos tienen papeles legales para
trabajar, pero les preocupa que se los lleven en las redadas, o que se lleven a sus familiares
y amigos indocumentados. Algunos creen que el presidente Trump solo persigue a los
delincuentes; otros no están seguros de que eso sea cierto.
Los latinos también son una parte arraigada de la comunidad de los Hamptons. En la
ciudad de East Hampton, que abarca muchos de los pueblos del extremo este de Long
Island, los latinos representan más de una cuarta parte de la población, según las cifras del
censo estadounidense. Más de la mitad de la población estudiantil de varias escuelas
locales es latina.
Pero para la mayor parte del mundo, los Hamptons son más conocidos por las fiestas
repletas de famosos y las megamansiones que salpican la orilla del mar, como una casa en
Sagaponack que ha sido valuada en 425 millones de dólares y tiene 29 dormitorios y 39
baños. Se trata de una comunidad donde los comensales llevan botines Balenciaga y frente
a los centros comerciales pasan coches deportivos Aston Martin. A la venta en una popular
tienda de comestibles: una lata de 18 onzas de caviar por 1300 dólares.
La desaparición de algunos de los residentes más vulnerables de los Hamptons tendría un
efecto inmediato en algunas de las personas más ricas del país.
“La comunidad del East End de Long Island… decir que depende en gran medida de la población latina es quedarse corto”, dijo Lee Skolnick, un célebre arquitecto que vive en Sag Harbor. “Forman parte de la comunidad. Tienen un papel en nuestra beneficiosa existencia como cualquier otro”.
El otoño pasado, multimillonarios gestores de fondos especulativos, financistas y varias
celebridades organizaron allí actos de recaudación de fondos tanto para el candidato
presidencial republicano como para la candidata demócrata, aunque los votantes de gran
parte de los Hamptons favorecieron a Kamala Harris en noviembre. Si bien algunos
residentes apoyan la amplia ofensiva del presidente Trump contra los migrantes ilegales, la
mayoría la plantean en términos de deportación de delincuentes violentos.
Los funcionarios locales han intentado calmar las preocupaciones de quienes hacen que los
Hamptons sean los Hamptons, tanto los trabajadores indocumentados como los residentes
ricos. En reuniones públicas han explicado que la policía local no tiene autoridad para
deportar a nadie, instando a quien necesite ayuda policial o médica a que se sienta seguro
buscándola.
Pero los funcionarios eligen cuidadosamente sus palabras para indicar que no se
interpondrán en caso de que lleguen agentes del ICE.
“No creo que haya nadie que quiera a delincuentes viviendo en nuestra comunidad”, dijo Jerry Larsen, alcalde del pueblo de East Hampton. “Todo el mundo está de acuerdo en eso.Pero la desinformación está impulsando el miedo, y eso es lo que pretendemos aclarar”.
Los residentes que habían estado trabajando para encontrar viviendas más asequibles para
los trabajadores locales están trasladando sus esfuerzos a la búsqueda de ayuda legal para
los migrantes que tienen miedo.
Algunos, como Prudence Carabine, creen que el gobierno local debería proporcionar esa
ayuda. En una reunión pública de funcionarios municipales de East Hampton a principios
de mes, expuso su caso.

“Pienso en mis amigos y en las personas que llevan 30, 40, 50 años en esta ciudad y que ahora están apiñados en sus casas, a veces sin llevar a sus hijos a la escuela, con miedo a ir de compras”, dijo Carabine, cuya familia llegó a los Hamptons desde Europa en el siglo XVII. “Y pienso: a qué lugar tan terrible hemos llegado”.
Con miedo a salir

La simbiosis especial de los Hamptons se pone de manifiesto cada mañana y cada tarde,
cuando largas filas de camionetas embotellan Montauk Highway, transportando a
trabajadores latinos entre los lugares de trabajo y las casas en zonas menos caras. Algunos
residentes lo llaman “the trade parade”, o el desfile del comercio en español, una frase que
algunos trabajadores consideran burlona.
Pero los latinos de los Hamptons son algo más que una población que viaja todos los días
para ir al trabajo. Son propietarios de negocios populares como John Papas Cafe, un
restaurante griego que ofrece el omelette Partenón de 21,50 dólares. El propietario,
originario de Ecuador, empezó trabajando en la cocina, dijeron los empleados, y fue
ascendiendo.
Leo Cruz llegó a Estados Unidos procedente de Costa Rica en 2007 con una visa de turista y
desde entonces se ha convertido en ciudadano estadounidense. Él y sus hermanos son
propietarios de Cruz Brothers Construction, una empresa de East Hampton que trabaja en
proyectos de gama alta. Cruz se opone a las fronteras abiertas, pero cree que debería haber
una vía más fácil hacia la ciudadanía para los migrantes que puedan contribuir a la
sociedad estadounidense.
Su empresa no puede encontrar suficientes trabajadores en este momento, dijo.
La zona está tranquila ahora y la nieve cubre los viñedos y las playas. Los quioscos de
langostas y las heladerías están cerrados. Las hileras de pequeños árboles y arbustos están
envueltos en fundas para protegerlos de los elementos.
En los barrios latinos, hay menos gente comprando en los mercados mexicanos,
ecuatorianos y dominicanos, y comiendo a ritmo de cumbia en los restaurantes escondidos
de la vista de las tiendas de lujo y los establecimientos de alta cocina.
Algunos ricos empiezan a hacer cálculos en voz baja sobre lo que supondría la deportación
de sus trabajadores indocumentados. ¿Quién cortaría el césped?
“Todo el mundo depende de amas de llaves y carpinteros y cortadores de árboles y de césped”, dijo Marit Molin, fundadora y directora ejecutiva de Hamptons Community Outreach. “La gente viene a los Hamptons a disfrutar de sus casas, ¿y quién va a cuidar de sus casas?”.
Vivir al margen

Las instituciones locales se han esforzado por conectar con la comunidad latina. El Museo
de Arte Parrish en Water Mill ofrece exposiciones de temática latina y programas para
estudiantes que incluyen a niños latinos. Una destacada organización cultural llamada The
Church en Sag Harbor se ha esforzado por llegar a los latinos a través de eventos
comunitarios.
Pero muchos latinos que residen aquí están en gran medida segregados de sus vecinos
ricos, en su mayoría blancos. Algunos viven en la periferia, compartiendo habitaciones
diminutas o transportándose en bicicleta a sitios donde recogen jornaleros a una hora de
distancia.
Una tarde reciente, Molin visitó a un pequeño grupo de migrantes indocumentados que
vivían bajo una lona en el bosque, detrás de una heladería, hasta que el encargado amenazó
con llamar a la policía. El grupo se trasladó a otro lugar entre árboles, casi en el patio
trasero de un restaurante de lujo.
Uno de los hombres que viven en el bosque es paisajista y está esperando los trabajos que
llegan con el verano, otro perdió su empleo en una charcutería después de tomarse una
baja laboral para tratarse una lesión, otro sufre dolor de estómago y no puede trabajar. Se
pasan el día deambulando por las tiendas, calentándose y cargando sus teléfonos. Molin les
entregó tarjetas regalo para comida y se ofreció a pagarles las facturas del celular e incluso
a comprarles boletos de avión a sus países de origen si se querían ir. Ninguno quiso.
Algunos trabajadores de los Hamptons que están en el país legalmente se han gastado
decenas de miles de dólares para obtener los documentos de inmigración, pero temen ser
acosados o detenidos independientemente de su estatus.
Una mujer, ama de llaves, dijo que, aunque podía mantener a su familia en Ecuador, no
tenía dinero para contratar a un abogado que le ayudara a agilizar su caso de asilo político.
También le preocupa que, si se presenta ante el tribunal, puedan deportarla. Dijo que
estaba tan agotada por la ansiedad que se sentía dispuesta a abandonar el país si se lo
ordenaban.
Otra mujer que se dedica a la limpieza dijo que no creía que la fueran a expulsar porque su
novio es ciudadano estadounidense y sus cuatro hijos nacieron en Estados Unidos. Además,
dijo, cree que Trump detiene solo a delincuentes.
Ambas mujeres pidieron no ser identificadas debido al estigma de las amenazas de
deportación.
Susan Meisel, coleccionista de arte y propietaria de un restaurante de Bridgehampton, dijo
que ella también pensaba que los funcionarios federales serían capaces de sacar a los
delincuentes y deportarlos.
“La mayoría de la gente de los Hamptons es muy trabajadora, amable y honesta”, dijo refiriéndose a los migrantes latinos. “Son buenas personas. Hay una diferencia entre ellos y quienes dicen que van a deportar”.
Los funcionarios federales han dicho que tienen intención de dar prioridad a los migrantes
indocumentados que hayan cometido delitos. Pero Trump también ha dicho que deportaría
a millones de personas que viven ilegalmente en el país, una caracterización que resulta
complicada porque muchos migrantes tienen permisos temporales que expirarán durante
el mandato de Trump.

Algunos de los residentes más ricos de los Hamptons han empezado a recaudar dinero para
abogados que ayuden a los migrantes a evitar una emboscada del ICE.
“He estado intentando animar a la gente a que dé un poco más de dinero, aunque esté un poco más apretada”, dijo April Gornik, una conocida pintora paisajista que vive en Sag Harbor con su marido, el artista Eric Fischl.
Minerva Perez, directora ejecutiva de la Organización Latinoamericana del Este de Long
Island, un grupo de defensa, dijo que los distritos escolares y los departamentos de policía
deberían distribuir políticas más claras, tanto en inglés como en español, sobre cómo
piensan responder a las órdenes federales de inmigración, para que los residentes se
sientan informados.

“A veces hay un buen grado de empatía”, dijo, y añadió: “En este momento, la empatía no es suficiente”.
Luis Ferré-Sadurní colaboró con reportería.
Dionne Searcey es una reportera del Times que escribe sobre la riqueza y el poder en Nueva York y otros lugares. Más de Dionne Searcey
Ana Ley es reportera del Times y cubre el sistema de transporte público de la ciudad de Nueva York y los millones de pasajeros que lo utilizan. Más de Ana Ley
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